En algún momento de nuestra conversación Stuart Shils me contó la siguiente anécdota: Durante una de sus estancias en Italia visitaba junto a un pequeño grupo de estudiantes de arte del JSS (Jerusalem Studio School), el cuadro “la flagelación de Cristo” de Piero de la Francesca. Stuart Shils no había visto antes el cuadro y aunque no se trataba de un impacto emocional religioso se sintió profundamente conmovido debido a su presencia formal abstracta. Razonaba que, siendo judío, el impacto emocional no podía provenir de sentimientos religiosos que le son ajenos y tenía curiosidad por ver la reacción de los jóvenes estudiantes. Pudo observar con asombro el mismo poderoso efecto; la misma callada admiración y emoción. Tal es la magia del diseño: la organización abstracta e intencional de los colores y las formas dentro de un rectángulo. Como la armonía de las notas en una composición musical pero aquí en un espacio de dos dimensiones.
Escribir estas líneas sobre Stuart Shils me intimida un poco. Su conversación fluida y lúcida hace que no sienta tanto la necesidad de interpretar o analizar como la obligación de registrar algo de su pensamiento con la mayor fidelidad posible.
Stuart Shils; los comienzos
Stuart Shils nació en 1954 en Philadelphia (PA) donde cursó estudios de arquitectura, historia del arte y literatura. Finalmente, impulsado por el consejo del artista Francis Tucker que le dio clases de dibujo en la desaparecida escuela PCA, acabó estudiando Bellas Artes en la Pennsylvania Academy of the Fine Arts, (PAFA) Philadelphia, donde completó su formación académica y donde todavía imparte clases en la actualidad.
Stuart Shils es un pintor ecléctico. Su camino en la pintura se inicia con influencias tan diversas como el dibujo automático de Max Ernst, los dibujantes de comics americanos como Robert Crumb, la escuela Dadaísta, la arquitectura y la literatura. Recuerda en especial un curso que realizó en el verano de 1974 con Doris Staffel. Alumna y amiga de Mark Rothko, su pintura se movía en la abstracción pero cuando enseñaba lo hacía desde la observación del medio natural. Stuart Shias la recuerda como una profesora singularmente dotada e inspiradora. La primera revelación de la mano de Staffel fue que una pintura no es equivalente a la naturaleza y que la verdadera esencia del cuadro es una cuidadosa organización abstracta de formas y colores, establecida por una mano con un pincel en un espacio de dos dimensiones. Algo que tiene que ver más con la MIRADA de las cosas que con la copia o imitación de las mismas.
A pesar de este cóctel de influencias, durante su época académica Stuart Shils se recuerda a sí mismo como un pintor figurativo de bodegones y retratos, trabajando con una paleta limitada de óleo al estilo más clásico. En aquel tiempo llegó a pensar que la buena pintura había muerto con Courbet.
La luz de Italia
Gracias a una beca pudo viajar en el verano de 1981 a Italia. Allí pasaba la mitad del tiempo en los museos y la otra mitad la dedicaba a realizar dibujos y bocetos de pequeño formato con gouache. Eran trabajos tomados del natural, rápidos y espontáneos. El resultado inmediato le pareció pobre pero dos meses después, ya de vuelta en los Estados Unidos, cuando abrió el cuaderno descubrió la frescura y la fuerza expresiva que latía en esos trabajos y eso despertó grandes preguntas sobre quién era él como pintor y como integrar esas nuevas influencias y pensamientos. Fue un año de confusión y de reflexión. Alejado del entorno demasiado familiar de la escuela, dejó el óleo y dedicó los meses siguientes a realizar dibujos a tinta y gouaches de arquitectura urbana, siempre al exterior, de día y de noche, lo que le permitió descubrir el hipnótico poder del encuentro directo con la forma y el color a través de la observación directa. Volvió al óleo y rápidamente se convirtió en un purista de la pintura al aire libre: una forma de vivir la pintura que le ha mantenido pintando del natural, sin pisar casi el estudio, desde 1982 hasta el año 2011. A excepción de los Monotipos que desde 1998 se convirtieron en un experimento de estudio, siempre ha trabajado de la observación directa del natural. Durante muchos años se enfoco en pintar las calles de Filadelfia interesado por la arquitectura urbana, pero siempre haciendo su viaje anual al medio-Oeste para pintar en el campo.
La aventura Irlandesa
Otra larga aventura de Stuart Shils transcurre en un pequeño pueblecito de la costa irlandesa llamado Ballycastle. En 1994 recibió la invitación de ir a pintar allí. Era un cambio dramático porque la atmósfera cambiante de la costa irlandesa es el entorno opuesto a los estables paisajes urbanos a los que estaba acostumbrado. En una misma sesión podían sucederse sol, lluvia, y tormenta. Stuart Shils quedó sorprendido y cautivado. Durante 13 años consecutivos viajo cada verano a Irlanda para tratar de captar la efímera belleza de los campos, el mar y la luz de Ballycastle en County Mayo. Quiso pintarlo todo pero ¿como es posible pintar al exterior, de noche o durante tormentas o lluvia incesante?. De ahí surgió su idea de realizar monotipos para tratar de captar ese poder visual. El método consistía en tomar rápidos dibujos del natural protegido por un chubasquero o desde dentro del coche o tras una ventana. Ya de vuelta en su estudio de Filadelfia reconstruía los temas con los residuos de su memoria y la única referencia de sus dibujos. Los monotipos le abrieron la puerta a la posibilidad de trabajar de forma efectiva de espaldas al natural, distanciado del masivo teatro de información de la naturaleza e iniciaron también una manera diferente de concebir la pintura. Su intervención se volvía más indirecta e impredecible, conectado no tanto con la descripción de la naturaleza como con la memoria y la emoción; una especie de esencia destilada de la percepción visual.
La búsqueda incesante
Ultimamente ha estado obsesionado con trabajos en los que integra fotografías tomadas con una cámara de bolsillo o con su Iphone. Una apuesta sin duda arriesgada que pone nerviosos a sus galeristas y hace surgir preguntas y dudas desde su entorno. Para Stuart Shils son irrelevantes “porque no tengo ningún interés en esas preguntas”. Así se titula, de hecho, uno de sus últimos proyectos; un libro que compila 65 fotografías de Shils con un ensayo de David Cohen.
Preguntado sobre el significado y las razones de esta última deriva artística, Stuart Shils explicaba con un ejemplo lo difícil que le resultaba contestar: “ tengo la misma sensación que cuando estás en un probador de una tienda de ropa, con la ilusión de una nueva prenda que a la vez temes inapropiada y de pronto alguien descorre la cortina y todos te ven con el pantalón por las rodillas”
El largo viaje artístico de Stuart Shils no ha discurrido por caminos trillados. Ha respondido siempre de manera coherente a lo que creía en cada momento y se ha mantenido fiel a su instinto artístico. Sus cambios de orientación surgen como la respuesta inevitable a un estado previo de certidumbre y determinación seguido por otro de confusión y descubrimiento. Asume sus sucesivas contradicciones con la naturalidad que nace de la pasión de descubrir y de profundizar.
Una infatigable curiosidad por la profundidad y la complejidad de la percepción visual y como trasladarla a una presencia gráfica, le ha guiado desde el principio. En sus clases y talleres ayuda a otros artistas a desarrollar esa cualidad e integrarla en su propio trabajo. Quizá no haya mejor aprendizaje para un pintor que aprender a VER no sólo a mirar.
Su obra no admite mucha más interpretación que el disfrute de su observación. Citando a Israel Hersberg;
“Uno debe desear encontrar significado y profundidad en las superficies y las apariencias y no en el significado que imaginamos bajo la superficie. En pintura, lo sensual, lo bello, la maravilla de la percepción del mundo, reside en lo superficial, lo táctil y no en la distorsión del intelecto”.
Es paradójico que alguien tan receptivo y valiente para asumir el reto y la incertidumbre de un cambio en el plano artístico parezca tan indiferente a la influencia de la crítica, de la complacencia ajena y del dinero. Quizá lo primero excluya lo segundo. En cualquier caso es reconfortante comprobar que todavía quedan paladines que enarbolan por nosotros la bandera de los valores puros de la pintura y se comprometen con su causa.
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David Sancho Paradas
diciembre 1, 2015 1:21 pmHola soy un pintor Español. me ha encantado el articulo sobre Stuart Shils